martes, 8 de agosto de 2017

(We are) The Dream of God | Capítulo 1


Buenos días nubecitas de colores, ¿cómo estáis?
El primer capítulo de (WA)TDOG está aquí, ¡vamos a celebrarlo todos juntos, yey!

Para los curiosos, decir que estoy pasando a FanFic un par más de roles, y que "pronto" los voy a publicar, al menos los primeros capítulos que ya tengo listos, para teneros entretenidos como cachorritos con una pelota nueva. No sé ni qué estoy diciendo, no me hagáis caso.

¡Disfrutadlo!

Prólogo | Capítulo 1 | Capítulo 2

Si quieres leer dale a...

CAPÍTULO 1 — EL ORIGEN DEL PARAÍSO

La sensación de sentirlo tras su espalda era abrumadora. Hwayoung nunca se había acostumbrado a sus pasos ruidosos, a la fuerte colonia que permanecía impregnada en su piel incluso después de haberse duchado, y muchos menos a la sonrisa mezquina que sabía que tenía dibujada en sus labios. Hacía demasiados días que se “portaba bien” con ella, y sentía que algo esa noche haría que su prometido acabara explotando, rompiéndolo todo a su paso como si fuera un caballo desbocado. Adam era un monstruo.

   —¿Qué es esto?— el hombre inclinó su cuerpo al ver a la castaña muy quieta, sentada frente a su escritorio con varios libros abiertos y una carta entre sus manos —pensaba que había dejado claro que no quería que asistieras a fiestas de compañeras de clase—.
            —No es mi compañera— Hwayoung se dio prisa en responder, intentando defender a una persona de la que apenas recordaba algo —ha seguido insistiendo y he perdido la cuenta de las invitaciones que ha llegado a enviarme, he abierto la de hoy por curiosidad y…— antes de poder continuar con su pequeño discurso, Adam le quitó la invitación de las manos, inspeccionándola como si esperara encontrarse con una pestaña secreta, un mensaje escrito con tinta invisible o algo por el estilo.

El papel era de un ligero tono sepia con el borde de color dorado. No parecía que la letra estuviera escrita a mano, los caracteres eran sumamente rectos, como si estuvieran hechos con regla y compás. Lo único que parecía del puño y letra de Ahn Sohee era su firma, hecha con tinta dorada. Por un segundo Hwayoung sintió la curiosidad de saber si todas las invitaciones que le había enviado hasta ese momento eran así de perfectas o solo la que había abierto coincidía con esos estándares de simetría y pulcritud.

   —¿Entonces si no es una compañera de clase quién es? No parece una trabajadora de la empresa de tu padre—.
            —Ya te lo conté, coincidimos en el mismo taxi por error y le pagué el viaje hasta su casa, supongo que quiere darme las gracias— la castaña se alzó de hombros, agarrando de nuevo su lápiz para seguir con los ejercicios que estaba avanzando para tener el fin de semana libre. Extrañaba sus palos de golf.
            —Entonces iremos los dos— Hwayoung quedó petrificada, haciendo tanta fuerza con su lápiz como para acabar rompiendo la punta.
            —¿Los dos?— Adam asintió, mirándola al tiempo que arrugaba la invitación entre sus manos, lanzando la bola en la papelera que había al lado del amplio escritorio donde trabajaba Hwayoung —¿por qué los dos?—.
            —Porque quiero ver quién es esta tal Sohee, por esto— la mujer suspiró —vamos, cámbiate, la fiesta es a las nueve y no queda mucho—.

Hwayoung solo tenía intención de leer lo que ponía en la invitación, no presentarse en la mansión de los Ahn. Tenía que ser sincera, le daba miedo. Había escuchado varias historias de Sohee entre los pasillos de la academia de artes en la cual ambas asistían y, a pesar de que en el taxi no hizo más que abrazarla y acurrucarse contra su pecho como si intentara protegerse de algo, no le gustaba mucho la idea de verla. Sentía un mal presentimiento, más yendo acompañada de Adam, él no le dejaría hacer nada fuera de lo común, ni siquiera tomar más de dos copas. Desde la mañana hasta la noche el hombre la controlaba, miraba todos sus pasos, el dinero que se gastaba, los platos que comía, los lugares a los que iba, el tiempo que tardaba en ir de un sitio a otro y volver a casa,… A la castaña le costaba tener un poco de intimidad, ni siquiera podía ducharse tranquila pues él siempre debía meterse en la bañera con ella, que vale que fuera espaciosa como para estar lo suficientemente separados, pero no, él no se conformaba con eso, él sentía que debía tenerla entre sus brazos las 24 horas del día. Y si ni siquiera la dejaba ir sola a comprar lo que fuera que le faltase, menos la dejaría irse de casa para asistir a una fiesta.

   —¿Estás lista?—.
            —Si—.
            —Vamos—.
            —Pero en la invitación pone que debo ir sola…—.
            —Me da igual, como si dice que debes ir desnuda, vamos—.

• • •

El criado encargado de aparcar los coches de los invitados era el mismo desde que Sohee tenía uso de razón. Las canas comenzaban a asomarse por la zona de las patillas y la morena reconocía que ver aquella espalda ancha cuando tenía cinco años la asustaba bastante. El hombre le dio miedo durante varios años pero este encontró una manera de caerle bien a la niña: cuando todos los invitados del padre de la joven heredera estaban entusiasmados bebiendo y hablando de negocios, él y Sohee tomaban prestado uno de los lujosos coches y se ponían a dar paseos por la ciudad. Fue en aquél momento en que el aparcacoches descubrió que el helado de chocolate era el preferido de la menor.

No era un amigo, más bien era alguien que sabía guardar secretos, un confidente. Era por eso que él no tenía miedo alguno en llamar a la puerta de la habitación de Sohee, tomándose la libertad de preguntarle qué debía hacer con la lista de los coches aparcados.

   —¿Dónde se la dejo? Ya han llegado todos los invitados—.
            —Aquí mismo— la morena señaló un mueble que tenía cerca de la puerta, prohibiéndole al hombre avanzar un paso más —retírate—.

Sohee suspiró al tiempo que se miraba una vez más en el espejo. Podía escuchar la música del piso de abajo e imaginarse como la gente comenzaba a animarse tras sus primeras copas. Ella necesitaba divertirse así, sentirse la reina del lugar y que todos la mirasen con respeto; no lo hacía para presumir de dinero, lo hacía para sentirse viva, para sentirse importante y no quedarse todo el día encerrada en su habitación esnifando cocaína.

El vestido negro se ceñía a su cuerpo dejando al descubierto sus largas piernas y parte de su espalda. Se veía bonita.

   —Qué demonios, estoy jodidamente buena— repasó una vez más el delineador de ojos resiguiendo la punta que se alzaba ligeramente hacia arriba y dejó parte de su larga melena ondulada y oscura cayendo hacia delante, cubriendo uno de sus hombros desnudos. Una sonrisa narcisista se dibujó en sus labios al curiosear la lista de invitados que habían dado el sí para que les aparcaran su coche, encontrándose con un nuevo nombre. Sohee tenía pensado volver a abrazar a Hwayoung y enterrar la cara entre sus pechos, pero esta vez sin ropa de por medio que las estorbara y en un lugar más cómodo. Su cama, por ejemplo.

Salió de su habitación cerrándola con llave y caminó por el largo pasillo decorado a cada lado con diferentes pinturas. Era extraño ver alguna foto suya o de algún pariente en las paredes, lo que más se asemejaba a un retrato familiar era el cuadro que había colgado en la sala de la planta baja donde se estaba llevando a cabo la fiesta: un retrato de su padre y su abuelo, el primero de su generación en hacer que el apellido Ahn comenzara a ser conocido entre las grandes empresas del país a través de AhnGroup.

Sohee bajó las escaleras lentamente, inspeccionando de forma disimulada todos y cada uno de los invitados, los cuales hablaban entre ellos sin parecer darse cuenta que estaban siendo analizados por los felinos ojos de la morena. Cuando esta descubrió el nuevo rostro entre toda esa gente sus labios volvieron a curvarse en una sonrisa socarrona y hasta contagiosa, pero la alegría duró poco, pues parecía que su invitada de honor tenía a un parásito pegado en su espalda, ahogándola con un perfume que se expandía como el veneno. La anfitriona del lugar se sintió mareada sin haberse siquiera acercado a la extraña y curiosa pareja.

   —¿Quién es ese?— Sohee nunca había escondido su forma de ser ni sus gustos, por lo que era normal que en su círculo de amistades más cercano supieran bien que cuando le echaba el ojo a alguna mujer, ellos tenían que encargarse de distraer a quien fuera que estuviera atosigándola —no me gusta, emborrachadlo y que monte un espectáculo hasta que lo echen—.

El muchacho que había se mantenido cerca de la anfitriona asintió con una sonrisa divertida, llevándose a un par de amigos hasta el hombre alto y de ojos azules que obligaba a Hwayoung a estar pegada a él a través de un rudo agarre en su cintura. La castaña se quedó unos instantes descolocada, perdida entre un mar de personas de las cuales no sabía siquiera sus nombres.

   —Parecías estar en apuros— una vocecilla cantarina apareció por su espalda, haciendo que la joven diera un pequeño salto sorprendida —¿siempre es tan pesado?— la menor siguió a la morena que seguía hablando, preguntando cosas con un destacado tono de asco. A Sohee no le gustaba que estuvieran tocando lo que iba a ser suyo, era como si Adam fuera un perro que orinara por todas partes, marcando un territorio demasiado extenso para poder controlarlo sin peligro.
            —No es mala persona, solo un poco impulsivo y…—.
            —Al fin te dignaste a venir— Sohee se sentó en uno de los altos taburetes dorados que había cerca de la barra y pidió un whisky sin hielo, tragando la mitad del líquido color caramelo sin siquiera parpadear. Hwayoung solo siguió con la copa que le habían ofrecido al entrar, bebiendo algo que ni siquiera sabía que era —comenzaba a creer que me estabas evitando— la menor también se sentó.
            —Ah, n-no, es solo que…— bebió, sintiéndose nerviosa por la mirada fría de la contraria. Sentía que la estaba desnudando sin siquiera tocarla —bueno, he tenido algunos problemas y no tenía tu número para contactarte—.
            —Tenías mi dirección, estaba en todas las invitaciones— la castaña apartó la vista y terminó su bebida, dejando la copa vacía sobre la barra, la cual desapareció de su vista tras ser recogida por un camarero. Su único refugio para no tener que mirar a la morena a los ojos acababa de serle arrebatado —¿es debido a él?—.

Ambas miraron a Adam, el cual comenzaba a tambalearse tras haber bebido más de la cuenta, gritando como un gorila en celo y cantando algo incomprensible.

   —Los hombres como él me dan mucha pena— mintió la morena, ¿acaso tenía algún tipo de sentimiento por los hombres aparte del odio y el asco? La sonrisa en sus labios la delató —son tan pequeños comparados con las mujeres, tan insignificantes… Me repugnan—.
            —Es mi prometido—.
            —¿Te molesta que hable así de él?— Hwayoung negó con la cabeza, pidiendo la primera bebida que se le ocurrió para acompañar a su anfitriona —¿qué es exactamente ese chico? Ni siquiera es asiático. ¿Una especie de mayordomo, un perro…?—.
            —¿Por qué me has invitado?— la voz de la menor tembló y Sohee notó el miedo en sus palabras —da igual, no quiero saberlo. Debería irme, algo es tarde— Adam volvió a gritar, empujando a uno de los compañeros de Sohee y tirándolo al suelo.
            —Son solo las 10 de la noche. ¿Te hago sentir incómoda?— la bajita ladeó la cabeza, mirándola curiosa —te he invitado porque quería agradecerte personalmente el que no me echaras del taxi aquella noche, no me acordaba ni de mi nombre así que cuando desperté en casa intenté recordar quién me había ayudado— volvió a sonreír, perfilando el borde del vaso con la yema del dedo índice, moviendo su mano libre hasta dejarla en uno de los muslos de su invitada —hasta que descubrí que habías sido tú—.

Un nuevo grito del muchacho ebrio captó la atención de varias personas presentes en la fiesta. Algunos se alejaron por miedo, otros lo grabaron para luego echarse unas risas, pero había alguien que estaba temblando aterrorizada. Sohee se percató de las manos temblorosas de Hwayoung, blancas y ligeramente carnosas, las cuales se movían en espasmos involuntarios provocados por el miedo; el anillo que llevaba en uno de sus dedos golpeteaba contra el cristal de la nueva copa que tenía sobre la barra sin poder controlarlo. La castaña bajó del taburete cuando vio al rubio acercarse a ella, echando fuego por los ojos.

Eran como el lobo y la caperucita, con la diferencia de que el lobo siempre ganaba a la pobre joven con su fuerza bruta. La belleza y elegancia de Hwayoung desaparecieron para dar paso a una mujer que agonizaba asustada en el suelo con las manos de su prometido en su cuello, prohibiéndole el respirar. Cuando la castaña tenía una corazonada no se equivocaba prácticamente nunca y, obviamente cuando se trataba de Adam, las cosas solían ir como ella lo imaginaba.

   —¡¿No pensáis hacer nada?! Panda de maricones— la anfitriona chilló, insultando a todos los presentes.

Los invitados se apartaron y callaron, mirando la escena sin decir ni una palabra. Varios de estos se giraron avergonzados y temerosos de que fueran los siguientes en ser estrangulados, dando pequeños pasos para alejarse; por otra parte, Sohee sintió que acababan de robarle a la menor, que el rubio no era digno de tener a una mujer como ella a su lado; por ese motivo saltó encima del hombre, tirando de sus cabellos tanto como sus pequeñas manos le permitieron. Al ver que la anfitriona del lugar estaba en medio de una pelea, los de seguridad se acercaron, sacando al hombre borracho casi a rastras hasta lanzarlo por las escaleras de la entrada.

   —Quiero que todo el mundo se largue— Sohee supuso que aún le quedaba algún sentido de la justicia en su helado corazón, o al menos eso quería pensar. Se repitió una y otra vez que hizo aquello simplemente porque no quería perder la oportunidad de gozar una noche junto a Hwayoung, pero el abrazo que le dio a la castaña tras ver que esta recuperaba su respiración no tenía nada de lujurioso, era un abrazo cariñoso y suave, más bien tranquilizador —¿no me habéis oído? ¡Largo todo el mundo!— en el estado en que se encontraba Hwayoung la mayor tuvo que morderse la lengua y dejar la oportunidad de acostarse con ella para otro momento.

El personal de la casa se encargó de atender a los invitados, llevándolos hasta la salida mientras la morena tocaba ligeramente con las puntas de sus dedos las rojas y palpitantes marcas en el cuello blanco de Hwayoung, frunciendo el ceño.

   —Ese cerdo… No es la primera vez que lo hace, ¿cierto?— la castaña apartó la mirada, aguantando las lágrimas.
            —Debo irme— masculló con un tono más bien ronco y adolorido.
            —No— el tono emprado sonó mucho más severo que el que realmente Sohee quería usar, esta carraspeó —al menos quédate esta noche. No estaré tranquila si te vas, menos si lo vuelves a ver—.

Sohee estaba rompiendo una de sus reglas: dejar que alguien ajeno a su propia persona estuviera en su habitación con la intención de dormir. Para la morena era sagrado su espacio personal, y aparte de algún criado de la casa, nadie más entraba ahí, por su propio bien. La morena acompañó a su invitada hasta la habitación sin soltarla ni un solo momento, tenía miedo de que se desmayara. Si tenía que hacerlo, al menos que fuera en su cama.

   —¿Tienes hambre? Puedo pedir que te cocinen algo para que no vayas a dormir con el estómago vacío— el rugido que se escuchó en toda la habitación hizo que Hwayoung deseara fundirse y no ver nunca más la luz del sol —oh… bueno, pediré que sea algo calórico—.
            —L-Lo siento…—.
            —No importa— la mayor sonrió —ahí tienes el baño, una ducha te irá bien para relajarte y descansar, y dentro de ese armario tienes ropa ligera para dormir— alzó el brazo señalando un enorme armario de color caoba empotrado a la pared —elige lo que más te guste y tómate tu tiempo, yo iré a pedir que te cocinen algo y a ver si todos se han ido ya—.
   —¿Por qué estás haciendo esto? Apenas nos conocemos—.

Sohee no respondió, simplemente se paró frente a la puerta y sonrió antes de desaparecer.

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