domingo, 4 de junio de 2017

Sal de Naranja | Capítulo 2


Buenas tardes bichitos picantes, ¿cómo estáis?
Quiero morir, el martes tengo un examen y me da miedo. ¿Alguien quiere hacerlo por mí? Por favor, pagaré bien si me aseguráis que vais a aprobar por mi (?)

Lamento la demora en traer el segundo capítulo, pero como siempre digo, mejor tarde que nunca.

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CAPÍTULO 2 — Comida rápida

Era imposible que por su culpa una chica se hubiera quedado sin empleo, no lo entendía, se sentía imbécil. Suspiró agarrando dos pañuelos de papel y se los dio a la muchacha que lloraba a moco tendido frente a ella, haciéndole fruncir el ceño por lo escandalosa que sonaba. Cuando Bae iba a abrir la boca, la chica tomaba aire y bramaba con más fuerza, cualquiera pensaría que la estaban matando de la forma más lenta posible.

   —Ya está mujer, no llores más— la mayor tuvo que cerrar los ojos, cruzándose de brazos para evitar darle una bofetada y que callara de una vez por todas —te ayudaré—.
            —¡Es muy fácil decirlo para usted! Maldita sea, ni siquiera sé quién es pero por culpa suya me han despedido, ¿lo entiende?—.
            —Claro que lo entiendo, yo estaba delante, y Yoon también—.
            —Si tan solo aquella estúpida no hubiera venido a quejarse…—.
            —Joy no es estúpida— la chica dejó de llorar al instante —me presentaré: me llamo Bae Joohyun y soy la dueña del restaurante Lotus Azul, encantada— alargó la mano esperando un apretón que nunca llegó, suspirando frustrada —¿y tú te llamas…? Olvidé tu nombre—.
            —Y-Yerim, Kim Yerim—.
            —Cierto, Yerim… ¿qué tal Yeri?—.
            —Bueno, solo le quita una letra…—.
            —Ya tengo una Yerim en el restaurante, no quiero confusiones—.
            —Está bien… ¿Quién es Joy?—.
            —Se llama Sooyoung, pero como ya tenemos a otra Sooyoung pensamos en ponerle un mote—.
            —¿Por qué Joy?—.
            —Ni idea, lo propuso ella misma y se la ve feliz, así que a todo el mundo le pareció buena idea—.
            —N-No quería llamarla estúpida, lo siento…—.
            —Eso deberás decírselo a ella— la mayor alzó la mano para que el camarero las atendiera y se pidió un americano helado y un trozo de mouse de limón —¿qué te parece empezar mañana?—.
            —Debería haberme dicho que era la dueña de ese restaurante…—.
            —Bueno, tampoco surgió el tema y no voy presentándome por aquí y por allá— alzó las manos en gestos divertidos, logrando al fin que Yerim dejara de moquear —¿ya estás mejor?—.
            —Sí, lo siento…—.
            —Ya deja de disculparte y come algo, te invito—.

Yoon reposaba a los pies de la mujer de cabello castaño claro, roncando de vez en cuando por algún sueño perdido que se colaba en su mente. A Bae le tocaba el sol de lleno, así que su cabello lograba verse un poco rojizo, muy brillante y sedoso; sus ojos brillaban con un deje de maternidad y su mirada profunda penetraba en el alma de la inocente Yerim, la cual había pedido un café con leche y una pequeña porción de tarta de manzana. No dijeron nada más hasta que salieron del local, comiendo con tranquilidad y silencio, pero no era un silencio incómodo, más bien era una especie de conexión que ambas habían desarrollado desde que se conocieron en el parque debido a ese pequeño accidente.

   —¿Sabes dónde podría comprar una pelota igual a la que llevabas esta mañana? Yoon todavía no tiene ningún juguete—.
            —Hay una tienda de animales cerca de donde vivo, s-si quiere acompañarme… A la tienda digo, no a mi casa—.
            —Ya deduje que te referías a la tienda, no te preocupes— con suavidad acarició la cabeza de la menor.
            —No haga eso, es bochornoso…—.

Bae paró.

   —¿Usted no tiene ningún mote?— Empezaron a caminar, paseando por las ajetreadas calles. Yerim decidió tomar un atajo y llevar a la mayor por un parque de piedras que siempre solía estar vacío, tenía una fuente enorme justo en medio y muchos arbustos que conformaban un caminito con piedras más pequeñas que las de su alrededor; prácticamente podía considerarse grava.
            —Irene, pero todos suelen llamarme jefa, y si me encuentran fuera del establecimiento me llaman Bae. En realidad creo que han olvidado mi mote y me llaman “jefa” para evitar problemas—.
            —¿Problemas?—.
            —Que les clave un cuchillo en la frente o les dé con una sartén ardiendo, ya sabes, los típicos problemas de cocina—.
            —Ah… cla-claro— la menor se rio como pudo intentando sonar natural —mire, es esa tienda de allí—.
            —Bien, entonces ven mañana a las 8 y arreglaremos tus horarios allí antes de abrir al público.
            —De acuerdo, hasta mañana jefa.
            —Llámame Irene cuando me veas por la calle, realmente me gusta ese nombre pero nadie lo utiliza— la mayor hizo un ligero mohín sin darse cuenta, mostrando una faceta adorable frente a una sorprendida Yerim que tan solo pudo suspirar como si acabara de ver a su príncipe encantador.
            —¡Lo haré!—.

• • •

Cerca del parque Bukhansan se podía encontrar un callejón con una pequeña cafetería al final de este. Son era asidua a ese lugar, desde que lo abrieron había decidido que la mesa más apartada de todas —la que quedaba en la esquina tras la columna— sería la suya. La gente solía sentarse cerca de los grandes ventanales que daban unas buenas vistas del parque, pero a ella siempre le había incomodado que la vieran comer o beber desde el exterior, así que se escondía como un pequeño caracol en aquella mesa que a nadie más parecía gustarle.

   —Por eso te pido por favor que nos ayudes, esa mujer me está haciendo la vida imposible. Así no se puede trabajar.
            —¿No estás exagerando un poco?— la mujer invitada tomó con delicadeza la taza de café y se la llevó a los labios —ha sido un triunfo espontáneo, déjale saborear alguna victoria de vez en cuando. El tipo de cocina que hace tiene su mérito—.
            —¿No me ayudarás?—.
            —Pensaba que me darías mejores razones, no me convences demasiado— negó con la cabeza y disfrutó el aroma del café —estás actuando como una niña—.
            —¡Pero Taeyeon!—.
            —¿Pero Taeyeon qué?—.
            —No es justo… siempre me habías ayudado—.
            —¿Y no crees que es momento de empezar a ir sola por la vida?— la mayor hizo una pausa —¿sabes cuál es tu problema? Tu carácter—.
            —No es cierto—.
            —Si no hubieras contestado de esa forma a la camarera del otro restaurante, el crítico probablemente hubiera dejado pasar el tema de la música porque era una boda con mucha gente, pero ese fue tu error. Debes intentar controlar tu mal genio—.
            —¡Vete a tomar por saco!— la joven empujó la mesa desde abajo y tiró lo que había encima, derramando las bebidas sobre Taeyeon.
            —¿Ves? A eso me refería— pero antes de que Son pudiera escucharla, ya se había ido. La rubia suspiró, levantándose.

Como pudo se frotó las manchas de su ropa, consiguiendo solo que las servilletas se despedazaran debido al líquido absorbido. Una camarera pronto fue a atenderla, intentando quitar sin éxito el café.

   —¿Se ha hecho daño?— Las tazas y los platos quedaron rotos y esparcidos por el suelo —¿se ha quemado?—.
            —No te preocupes, estoy bien, dime cuánto es, pagaré lo de ambas—.

Son por su parte se quedó sentada en uno de los bancos del parque, intentando reflexionar sobre aquello que le había dicho Taeyeon. ¿Su carácter? ¡Pero si ella era un trozo de pan! No entendía a qué se refería.

Puso ambas manos contra su rostro y lo frotó con lentitud, decidiendo que aquél no era el lugar idóneo para relajarse. Necesitaba la tranquilidad de su restaurante en las horas donde no había nadie, al menos su apartamento quedaba más cerca de su local que no de la cafetería donde había quedado con Taeyeon. De hecho ni siquiera tomó el coche, estaba tan convencida de que la mayor aceptaría ayudarla que había optado por tomar el transporte público. Son no estaba acostumbrada a recibir un no como respuesta.

Bajó las escaleras que salían de Bukhansan y llegó hasta la avenida principal. Solo tenía que seguir recto y llegaría a su destino. Quizás tardaría más de media hora al paso que iba, pero tenía tiempo de sobras, y además, siempre le había gustado quedarse curioseando unos minutos frente a los escaparates. Se paró frente a un callejón y lo miró, era largo y estrecho, lleno de hierbajos en los bordes de los dos edificios que lo conformaban y con una corriente de aire muy pesada que escalaba por las paredes. Si lo seguía llegaría más rápido a su apartamento pero lo que menos quería ahora era tener que aguantar a su enorme perro tirándosele encima, no, ese animal podía esperar a que estuviera de mejor humor.

Volvió a caminar recto, pasando de las tiendas, ya ni siquiera tenía ganas de encantarse contra los cristales; subiría las escaleras del segundo piso del restaurante y se encerraría en su despacho, sí, esa era una buena idea, tumbarse en la cama del despacho siempre le iba bien. Quizás tomaría el café que no había logrado beber antes con su berrinche de niña pequeña. Acarició su nuca, notándola ligeramente sudada, el buen tiempo acechaba contra sus cabello y este solo le hacía pasar más calor, ¿y si se lo cortaba? ¿Cómo se vería con media melena? Apostaba a que su peluquera no recordaría ni su cara, hacía años que no pasaba siquiera a arreglarse las puntas.

Lamentablemente parecía que su mechones oscuros deberían esperar, pues al acercarse a su restaurante vio a dos hombres trajeados discutiendo con su rival: Bae.

   —¡Les digo que no pueden hacer esto!— la mujer gritaba, era la primera vez que Son veía una expresión que no fuera la de serenidad en la cara de la castaña —¡es ilegal!— la curiosidad pudo con ella, así que se acercó un poco más para escuchar mejor.
            —Señorita— uno de los hombres habló —el ayuntamiento nos dio permiso, así que no veo el por qué no podemos derrumbar su edificio—.
            —¡Escúcheme!— Bae agarró al hombre por el cuello de su camisa sin importarle que este fuera bastante más alto que ella. Con sus sentimientos no jugaba nadie —si no se larga antes de que cuente tres, les voy a denunciar— la castaña habló entre dientes y frunció el ceño —uno, dos…—.
            —¡Tiempo muerto!— Son se acercó hasta tocar las manos de la castaña y las separó del traje del hombre —¿qué estás haciendo amenazando a este pobre señor? No sabía que eras tan violenta. ¿Se encuentra bien?— aprovecharía aquello para quedar bien frente a los demás —¿qué demonios está ocurriendo?—.
            —Quieren derrumbar mi restaurante…— la mayor de las dos apretó sus lacrimales, aguantando las ganas de llorar —quieren poner un maldito local de comida rápida en su lugar—.
            —Sigo repitiendo que tenemos permiso del ayuntamiento, así que la cosa ya está decidida, ¿por qué no puede ser más razonable como esta jovencita?— el otro hombre habló, carraspeando —el edificio contiguo también será derrumbado, y su dueño no está haciendo una escena como usted—.

El lugar se quedó en completo silencio, no se escuchaba nada.

   —¿Cómo dice?— esta vez fue Son quien tomó el turno de palabra —¿cómo que el edificio contiguo también será derrumbado? ¿Qué significa esto?—.
            —Pues sí, el ayuntamiento nos dio permiso para derrumbar ambos. El local será muy grande, así nuestra empresa podrá ganar más dinero—.
            —Escucha bien pedazo de mierda— el hombre se asustó cuando Son cambio su linda sonrisa por una mirada asesina —nadie toca mi restaurante, ¿entendido? ¡Nadie!—.

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