jueves, 12 de abril de 2018

(We are) The Dream of God | Capítulo 2


Buenas tardes bollitos arcoiris.
¡Finalmente el segundo capítulo de (WA)TDOG ha llegado! Este semi-hiatus me tiene bien mosqueada, pero se acerca el final de carrera y necesito centrarme en los estudios, así que me disculpo para todos aquellos que se pasan y se desilusionan un poco al ver que no he actualizado.

Es corto, pero espero que os guste igual.

¡Disfrutadlo!

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Si quieres leer, dale a...

CAPÍTULO 2 MARCAS DE MÁRTIR

El agua cálida de la ducha caía sobre ella, haciendo que sus cabellos se convirtieran en una larga cortina negra. Sohee se preguntaba a qué sabrían los labios de Hwayoung, qué sensaciones tendría si sus manos la tocaban, qué perfume era el que vestía su cuello, cuál sería el tono de voz que emplearía para pedir más. La delicadeza de la mujer hacía que el vello de Sohee se erizara, no podía evitarlo, despertaba en ella la curiosidad más primitiva, y se sentía celosa de que fuera otra persona la que la disfrutara de ese modo. Porque sí, solo él disfrutaba, no se necesitaba ser un genio para ver el terror impreso en las pupilas de la menor y el poco amor que le tenía al que iba a ser su esposo.

Adam no entraba en los planes de la morena. El hombre había aparecido con ambas garras envolviendo uno de los brazos de su invitada de honor al tiempo que esta suplicaba piedad. Fue la mirada de la castaña lo que hizo que Sohee se moviera por instinto: era la mirada de una sumisa atada a la muerte. Hwayoung era la muñeca de Adam, su placer sexual y la mujer que le daría hijos, niños malcriados, niños tan o más diabólicos que su padre. Niños… los críos eran tan inquietantes y espeluznantes que lograban ser una de las pocas cosas con las que Sohee no sabía cómo lidiar, por eso su mente se cerraba entorno a Hwayoung, imaginándose que eran los dedos de la castaña los que se perdían entre sus piernas, y que el agua y el jabón eran sus caricias, infinitas, cálidas y suaves.

Ciertamente, ignoraba por qué la había rescatado, ¿quizás para ahorrarse problemas? O quizás porque así se ganaba buena fama, quién sabe. La cuestión era que había tenido que cambiar sus planes a la fuerza y, aunque no podría disfrutar de una noche de sexo con su invitada de honor, al menos se ganaba la oportunidad de pedir que le devolviera el favor más adelante. La mujer se había convertido en un capricho difícil de obtener, y eso le encantaba a Sohee.

Una sonrisa extraña se dibujó en sus labios al recordar la delicadeza de sus pasos, el silencio de su respirar o lo tímida que parecía como para mirarla a los ojos más de dos segundos sin romper el contacto. Hwayoung era un misterio, una mujer que despertaba en la mayor un sinfín de preguntas y enigmas, ¿quién era ella en realidad? ¿Por qué estaba con Adam? ¿Por qué se iban a casar? El anillo de compromiso que la menor tenía en su anular le daba repelús. Lo odiaba.

   —¿Terminaste de cenar?— la menor respondió asintiendo con la cabeza —parece que tenías hambre— la misma criada que había traído la bandeja con comida fue la que retiró los platos vacíos. Comer era uno de los pocos placeres que Hwayoung todavía podía disfrutar sin sentir que alguien invadía su espacio.
            —Hacía días que no comía bien, creo que por eso he podido comer tanto y…— la joven bajó la cabeza avergonzada al hacer contacto con los oscuros ojos de la contraria —perdón, estoy hablando demasiado—.
            —No le veo el problema a que hables— pronunció Sohee con una sonrisa burlona en los labios. Bien, su plan era dejarse llevar por el instinto al ver en la menor una expresión de mujer fatal que había visto por los pasillos de la academia en alguna ocasión, pero parecía ser que Adam le había quitado la piel de loba para dejarle a Sohee el encargo de cuidar a su tierna y tímida ovejita —en fin, es tarde, deberías descansar—.
            —¿Vamos a dormir juntas?— preguntó Hwayoung levantándose de la cama.
            —¿Te molesta?— de verdad, alguien debería haberle comentado que una mujer tan alta y bien proporcionada se comportaría como una niña de cinco años; Sohee no sabía qué cara poner o qué tono de voz debía emplear —puedo pedirle al servicio que te preparen otra habitación si lo deseas—.
            —Ah no, no es eso, es que… bueno, me muevo mucho al dormir y también me han dicho que hablo en sueños— sobre la mesita de noche dejó con suavidad el rosario que había estado llevando colgado en su cuello durante toda la desastrosa velada —no quiero interrumpir tu sueño—.
            —No hay nada que pueda despertarme cuando estoy durmiendo, créeme— hacía rato que Sohee gateaba sobre la cama con descarados movimientos que hacían que su corta bata de dormir se alzara un poco más, dejando a la vista sus magníficas posaderas. Incomodar a Hwayoung se estaba convirtiendo en su pasatiempo favorito —vamos, ven, no te preocupes—.


Hwayoung nunca había dormido en una casa ajena a la suya, todo era nuevo para ella, y se sentía preocupada de que hiciera algo mal. ¿Y si despertaba sin querer a Sohee por la noche cuando quisiera ir al baño? ¿Y si se ponía a hablar muy fuerte sin darse cuenta y molestaba a su anfitriona? ¿Y si no paraba de dar vueltas porque no encontraba la posición correcta? Sabía lo molesto que podía llegar a ser eso último pues Adam era un hombre que se pasaba largos minutos girándose y removiendo la cama hasta encontrar una posición cómoda, prohibiéndole a la castaña el poder descansar.

• • •

Nada más abrir la puerta, la mujer se lanzó a sus brazos, abrazándolo con fuerza. Hacía más de un mes que Sukhwan no se pasaba por el centro psiquiátrico de Fujisawa y la mujer que lo esperaba ahí dentro ya comenzaba a preocuparse. Él era un hombre generoso, con un buen porte y una sonrisa que conquistaba a cualquiera. Ella era hermosa, delicada como una flor y estaba enferma. Ambos lo sabían, y a pesar de que Sukhwan había intentado rehacer su vida al lado de otra mujer, ninguna se comparaba con Sora, ninguna llegaba a la suela de su zapato. Por muy bonitas o inteligentes que fueran, no había otra igual.

   —¿Cómo está mi pequeña Sohee?— preguntó ella.
            —Precisamente de ella te quería hablar. Creo que estoy siendo un mal padre—.
            —¿Bromeas?—.
            —No. Apenas tengo tiempo de estar con ella, hace lo que le da la gana y a veces desaparece por largas semanas. Tengo el corazón encogido con el miedo de que le pase algo, pero siento que ponerle un guardaespaldas sería como encarcelarla y ella es tan…—.
            —¿Única?—.
            —Libre. Sohee es una persona que lleva la libertad al extremo, por eso no sé qué hacer—.
            —Sukhwan, ¿te has dado cuenta a quién le estás contando todo esto?—.
            —A su madre—.
            —A su madre, la cual la abandonó y rechazó nada más nacer. ¿Crees que yo soy la más adecuada para decirte lo que tienes que hacer con Sohee?—.
            —¿Pero a quién más le puedo pedir ayuda sino? Estoy hecho un lío—.
            —Todo se arreglará Sukhwan, te lo aseguro. Sohee solo debe encontrar a la persona indicada que le ayude a sentar la cabeza—.
            —¿Acaso existe esa persona?—.
            —No seas pesimista, por supuesto que existe—.
            —Espero que tengas razón—.


• • •

Los achinados ojos de Sohee poco a poco fueron abriéndose. Un molesto cosquilleo en la punta de su nariz la despertó de su sueño, un cosquilleo que resultaron ser los cabellos de Hwayoung. La mayor recordaba haberse dormido con los brazos de la contraria rodeándola con mucha delicadeza, pero por alguna extraña razón ambas parecían haberse puesto de acuerdo mientras dormían que la mejor posición era hacia el otro lado, así que cuando la morena abrió los ojos, resultaba que era ella la que estaba abrazando a la castaña.

En otra ocasión se habría separado asqueada y hubiera despertado a su acompañante para que abandonara la casa, pero hubo algo que llamó la atención de Sohee: cicatrices. A pesar de que la luz del sol iluminaba un poco la habitación, ésta todavía seguía estando en penumbra, pero por alguna razón las marcas en la piel de la castaña eran lo suficientemente destacables como para verlas incluso con poca luz. Los dedos de la bajita acariciaron las que tenía más cerca, unas situadas en el hombro derecho y en la zona de los omóplatos.

Eran cicatrices sin ningún patrón en específico, algunas eran ligeramente más oscuras, más recientes. Se intercalaban, se mezclaban,... Sohee recordó a Hwayoung pasar por su lado durante un cambio de clases y verla todavía muy abrigada a pesar de estar en la época de calor. Pensó que era porque la mujer se sentía insegura con tantas miradas puestas sobre ella; todos sabían lo bonita y elegante que era Hwayoung, pero también lo princesa y lo mimada que era. Desgraciadamente a Sohee le hubiera gustado que esa ropa de invierno sirviera precisamente para que la piel blanca de la más alta no se tostara ni marcara con el sol, no para ocultar unas feas marcas que tenían grabadas el nombre de Adam en ellas.

Cuando se dio cuenta, la morena estaba besando el hombro de la joven que aún dormía, y eso despertó el pánico en ella. Necesitaba inspirar una dosis de realidad, algo que la trajera de nuevo al mundo de los vivos, al mundo donde ella nunca buscaba consuelo ni cariño. Necesitaba esnifar un poco y sentir que todavía podía controlar sus impulsos. Ella no era una superheroína que debía salvar a Hwayoung, no tenía esa clase de personalidad, no, ella solo quería salvarse a sí misma, y encariñarse con alguien solo provocaría el efecto contrario.

Con todo el silencio posible puesto en sus movimientos, la bajita se alejó de la bella durmiente que tenía en la cama y buscó por todos los cajones de su habitación, ¿dónde había dejado aquella pequeña caja de caoba oscura? Con precaución abrió uno de los cajones de la mesita de noche y la sacó, abriéndola y sacando de esta una pequeña bolsita de plástico con unos polvos blancos y muy finos, parecidos a la harina tamizada. Con una tarjeta de la compañía de su padre, Sohee hizo un par de líneas de cocaína y gracias a un billete enrollado pudo esnifarla mejor, recostándose seguidamente en el respaldo de la silla en la que se había sentado. Suspiró, por fin volvía a ser ella.

No pasaron demasiados minutos antes de que el cambio de temperatura en la cama despertara a Hwayoung. La anfitriona del lugar miró la escena en completo silencio, sintiéndose terriblemente nerviosa cuando la contraria se quedó viendo el desastre en forma de polvos blancos que tenía sobre su escritorio.

   —¿Qué haces?—.
            —Deberías irte— contestó la mayor sin mirarla, dándole vueltas a la tarjeta plastificada entre sus dedos.
            —¿Irme?—.
            —¿Esperas que también le pida al servicio que te prepare el desayuno?—.
            —No pero…—.
            —En serio, deberías irte—.
            —Sohee— la menor salió de la cama y tomó el rostro de la mencionada entre sus manos, acariciando sus mejillas —¿quieres que te ayude? Conozco a alguien que podría ayudarte a dejar esto que haces—.
            —Tú no eres nadie para decir qué debo y qué no debo hacer—.
            —Pero…—.
            —Lárgate— con brusquedad la apartó de su lado y agarró el vestido que Hwayoung llevó a la noche anterior, tirándoselo a la cara —cámbiate y lárgate. Ya he sido bastante buena contigo—.
            —¿Pero tú eres bipolar o qué te pasa?—.
            —¡Qué te largues!—.

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